La Organización Mundial de la Salud (OMS) se hizo eco de recientes estudios según los cuales la vacunación contra COVID-19 podría estar asociada con una menor probabilidad de sufrir ataques al corazón, y otros problemas cardiovasculares, entre las personas que tuvieron una infeccción con el coronavirus.

”Las nuevas investigaciones aumentan las evidencias sobre los beneficios que tiene la vacunación y las dosis de refuerzo”, destacó el director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, en referencia a los hallazgos presentados esta semana por investigadores de la Escuela de Medicina Icahn de Mount Sinai (Nueva York, EU).

”Los descubrimientos ponen de relieve una vez más por qué los gobiernos deben seguir vacunando y ofreciendo dosis de refuerzo a sus poblaciones, especialmente los grupos de mayor riesgo, tales como personas mayores y trabajadores sanitarios”, aseguró el director general, este miércoles 22 de febrero.

”Aunque el mundo está en una posición mucho mejor que la de hace tres años (cuando comenzó la pandemia), no debemos subestimar los riesgos del coronavirus y es importante por ello invertir en su estudio para desarrollar vacunas que ofrezcan mayor protección y reduzcan la transmisión”, aseguró.

Se han administrado en el mundo 13 mil 300 millones de dosis de vacunas anticovid (más de una y media por habitante del planeta), con las que cerca del 70 por ciento de la humanidad ha recibido al menos una inoculación.

La infección por COVID-19, incluido el COVID prolongado, se asocia a un mayor riesgo a corto y largo plazo de enfermedades cardiovasculares y mortalidad, confirmó un estudio publicado en enero de 2023.

Investigaciones previas habían señalado la incidencia de enfermedades cardiovasculares como miocarditis, pericarditis, accidente cerebrovascular isquémico, arritmias y miocardiopatía en pacientes con COVID-19 durante momentos críticos de la enfermedad; incluso semanas después.

Sin embargo, para este artículo, científicos dieron seguimiento a pacientes infectados con SARS-CoV-2 durante 18 meses, para medir la posibilidad de que el COVID-19 acelere el riesgo de complicaciones cardiovasculares.

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