La Organización Internacional del Trabajo ha recibido notable influencia de la orden religiosa.
El primero de mayo celebramos el día del trabajo; con ocasión de esta celebración conviene aludir a la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y a la notable influencia que ha recibido de la orden religiosa denominada Compañía de Jesús.
Después de la primera guerra mundial, como parte del Tratado de Versalles, se fundó la Organización Internacional del Trabajo. Con toda razón, se pensaba que la justicia laboral era un elemento clave para garantizar la paz entre las naciones.
El director de la OIT, Albert Thomas se inspiraba, sobre todo, en la Primera Internacional Socialista, pero otras organizaciones, entre ellas la Santa Sede, abogaban por la apertura a considerar importantes documentos como la Encíclica de León XIII, Rerum novarum. A. Thomas aceptó estas sugerencias y desde 1926 a la fecha se han escogido siete jesuitas como asesores en calidad de altos funcionarios con rango diplomático. Cuando surgió la Revolución Mexicana se elaboró una nueva constitución que, en el artículo 123, estable los aspectos esenciales sobre la justicia laboral. Historiadores como Joaquín Márquez Montiel, S.J., Jorge Adame Godard y Carlos de Buen Unna, constatan que este artículo fue inspirado en muchos aspectos por la Rerum novarum.
Los cambios políticos y socioeconómicos que surgieron después de la Primera Guerra Mundial exigían que la Rerum novarum se pusiera al día de acuerdo a los tiempos modernos. En esa época conviene resaltar las aportaciones del jesuita alemán Oswald Von Nell-Breuning (1890-1991), que estudió a fondo los problemas laborales, la humanización del trabajo y la justicia distributiva, y lo más importante, colaboró en la temática esencial de la Encíclica Quadragesimo Anno (15 de mayo de 1931), promulgada por Pío XI en plena depresión económica.
Este documento fue muy elogiado por Albert Thomas, Franklin D. Roosevelt y destacados economistas alemanes como Werner Sombart y J.A. Schumpeter. Las enseñanzas de Von Nell-Breunign lo convirtieron en el asesor más solicitado por sociólogos, políticos y financieros. Los obispos alemanes le concedieron la medalla de oro S. Bonifacio (1980). Un obispo alemán le hizo este elogio: Su corazón ha latido por los desamparados de la sociedad. Su sentido de la justicia le hizo afrontar toda injusticia.
A la Encíclica de Pío XI, se sucedieron con gran aceptación de varios políticos y economistas las Encíclicas: Pacem in terris, Populorum progressio, Laborem exercens, entre otras, y más recientemente, los destacados documentos del Papa Francisco: Laudato sí y Fratelli tutti. El profesor de sociología Patrick de Laubier, de la Universidad de Ginebra afirma que el conjunto del pensamiento social de los Romanos Pontífices es una de las obras maestras de nuestro tiempo.
La labor de los jesuitas consiste en fomentar tanto el progreso material, como el espiritual, y para esto procuran considerar además de los documentos pontificios, otras tradiciones espirituales, religiosas, morales y humanistas. De la Encíclica Laudato si’ del Papa Francisco, transcribiremos algunos párrafos relevantes para nuestro tiempo. “Estamos llamados al trabajo desde nuestra creación. No debe buscarse que el progreso tecnológico reemplace cada vez más el trabajo humano …El trabajo es una necesidad, parte del sentido de la vida en esta tierra, camino de maduración, de desarrollo humano y de realización personal. En este sentido, ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una solución provisoria…” (LS 128).
Respecto al empleo se señala: “Para que siga siendo posible dar empleo, es imperioso promover una economía que favorezca la diversidad productiva y la creatividad empresarial… Una libertad económica sólo declamada, pero donde las condiciones reales impiden que muchos puedan acceder realmente a ella… se convierte en un discurso contradictorio que deshonra a la política”. (LS 129).
Como un eco de la philía politiké de Aristóteles, el Papa Bergoglio escribe: “El amor social es la clave de un auténtico desarrollo: ‘Para plasmar una sociedad más humana, más digna de la persona, es necesario revalorizar el amor en la vida social ─a nivel político, económico, cultural─, haciéndolo la norma constante y suprema de la acción’…” (LS 231).
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