Mientras otros países en América latina todavía luchan con los problemas de la pospandemia, México se destaca por su estabilidad macroeconómica, una moneda fuerte y una inversión extranjera directa alta. ¿A qué se debe?
Hace pocas semanas, Tesla anunció la construcción de una fábrica de autos eléctricos por 5.000 millones de dólares estadounidenses en la ciudad de Monterrey, en el norte de México. Y la Secretaría de Economía informó que, durante el primer trimestre de 2023, la inversión extranjera directa en ese país fue de 18.636 millones de dólares, monto un 48 por ciento superior al primer trimestre del año 2022.
El presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, interpreta esas cifras, sumadas a la masiva llegada de remesas de trabajadores mexicanos desde EE. UU., como resultado de una gestión económica exitosa.
Sin embargo, resultan algo sorprendentes a la luz de sus prácticas económicas heterodoxas, como la renacionalización de la industria petrolera y energética, y la anunciada expropiación de un tramo de la empresa ferroviaria Ferrosur.
En otros países, este tipo de intervenciones estatales se castigan con la huida de inversionistas; sin embargo, en México ocurre lo contrario.
¿Se debe eso a la integración al mercado norteamericano a través del Tratado entre México EE. UU., Canadá (TMEC) de libre comercio? ¿Hay una relocalización de empresas ante el peligro de un conflicto geopolítico mayor entre EE. UU. y China?
Expertos consultados por DW expresaron opiniones encontradas al responder esos interrogantes.
Para Gabriela Siller, directora de análisis económico en Grupo Financiero Banco Base, el auge de las inversiones se debe, sobre todo, a dos factores: “Recibimos más inversión por los temores a una guerra comercial entre China y EE. UU., y también por el aumento de los costos logísticos durante la pandemia.”
Sin embargo, la experta notó que los precios de los fletes han estado bajando en los últimos meses: algo que podría, a mediano plazo, frenar la presión para las empesas de relocalizar su producción hacia México.
La analista, que se desempeña en Monterrey, principal polo industrial del norte del país, también advierte que la mayoría de las inversiones se deben a la reinversión de utilidades: es decir, empresas de la industria manufacturera (maquilas o ensambladoras) que trabajaban desde antes de la pandemia al tope de su capacidad instalada y necesitan ampliar sus plantas para poder crecer en sus exportaciones.
Inversión generada en “áreas tradicionales”
“Solo el 5 por ciento son inversiones nuevas”, coincide José Ignacio Martínez Cortés, Coordinador del Laboratorio de Análisis en Comercio, Economía y Negocios (LACEN) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
“Todos los días los medios nos hablan del nearshoring, o relocalización de empresas, pero mis estudios puntuales en algunas ciudades del norte del país arrojaron que no hay inversión, al contrario, hay cierre de empresas proveedoras de plantas industriales en EE. UU. Esto del nearshoring no es tan visible”, matiza en entrevista con DW.
Martínez señala otro problema: “La inversión sigue muy focalizada y se genera en áreas tradicionales en el norte y centro del país”. Y esta, además, se concentra en pocas areas: un 53 por ciento de las inversiones corresponde al sector manufacturero, y un 33 por ciento, a servicios financieros, según cifras oficiales. En cuanto a regiones, las grandes beneficiadas fueron la Ciudad de México y el estado norteño de Nuevo León, seguido de Jalisco, Puebla y el Estado de México.
El potencial por descubrir en la economía mexicana
Esas son malas noticias para el presidente, Andrés Manuel López Obrador, quien prometió generar más empleo y crecimiento en los empobrecidos estados del sur y sureste.
Sin embargo, las megaobras que ha emprendido para ese fin –una refinería, un aeropuerto y dos ferrocarriles– todavía no están terminadas, y según Siller, “por ahora no se ve que atraigan a inversionistas”.
Por ello, López Obrador se ha mostrado irritado cuando empresas como Tesla anunciaron inversiones en el norte de México. Recientemente, amenazó con que el Gobierno federal no dará su visto bueno a cualquier tipo de inversión que necesite agua en los estados del norte, donde la sequía es cada vez mayor.
Martínez disiente sobre las posibilidades del sur mexicano para atraer inversión. El analista del centro de investigación de la UNAM afirma que ya hay empresas chinas invirtiendo en el istmo de Tehuantepec y la península de Yucatán (sureste) en el sector textil, y considera que la nueva infraestructura es un prometedor imán para el sur: “Con el paquete de estímulos fiscales que el gobierno prepara, vendrán inversionistas nuevos”, dice el economista, aunque admite que la falta de mano de obra calificada en esta zona puede limitar el alcance.
Para Siller, el boom de la inversión extranjera en México va a mantenerse, pero el potencial que tiene el país es mucho mayor que lo que se refleja actualmente: “A México no le va mal, pero le podría ir mucho mejor; podríamos recibir fácilmente hasta 55 mil millones de dólares de inversión directa por año y, con eso, crecer a un 3,5 por ciento anual”, dice la analista, conocedora del norte industrializado y vecino de EE. UU.
Para que eso se haga realidad, se necesitaría, según ella, mayores incentivos fiscales, más promoción exterior (el gobierno actual cerró por razones de austeridad la agencia ProMéxico, que promovía al país en el exterior) y más certeza y estabilidad jurídica.
Esas tareas quedarán probablemente pendientes para el próximo gobierno que asuma las riendas del país en 2024.