Se suponía que sería un viaje divertido a México de cuatro estadounidenses, amigos desde la infancia: una aventura postpandemia, pero poco después de cruzar la frontera comenzó el horror, y dos de ellos no volverían a casa.
Una quería una cirugía estética después de tener seis hijos. Otra festejaba su cumpleaños número 34.
Alquilaron una van blanca en Carolina del Sur y se lanzaron a la travesía de casi 22 horas, grabando videos tontos y manejando sin parar hasta Brownsville, en el extremo sur de Texas.
“Buenos días, Estados Unidos”, dijo Eric Williams a la cámara en la madrugada después de viajar toda la noche. “México, allá vamos”.
Pero apenas llegaron a México, comenzó el horror. Dos miembros del grupo no regresarían a casa, víctimas del sanguinario cártel del Golfo, una pandilla de narcos vinculada con asesinatos y secuestros en la violenta ciudad fronteriza de Matamoros, una localidad de medio millón de habitantes que desde hace tiempo es un baluarte del cártel.
Difícilmente podrían haber elegido una peor ciudad fronteriza mexicana que Matamoros para vivir lo que se suponía que sería una aventura divertida.
Todo comenzó cuando Latavia McGee reservó un turno para cirugía estética con un médico al que había consultado antes, en 2001. La publicidad del doctor Roberto Chávez Medina en Facebook y TikTok atrae a muchas mujeres estadounidenses.
Es una historia frecuente, de gente que sale de Estados Unidos en busca de tratamiento médico, que en México cuesta hasta el 50% menos que en su vecino del norte.
McGee tenía su turno a pocos días del cumpleaños de Shaeed Woodard. Zindell Brown y Cheryl Orange completaban el grupo de cinco. Casi todos habían crecido juntos en Lake City, Carolina del Sur, una localidad de menos de 6.000 habitantes.
En el lado estadounidense de la frontera, alquilaron cuartos en un Motel 6 junto a la autopista que pasa por Brownsville, un pueblo donde los loros graznan en las palmeras.
El viernes por la madrugada se dirigieron al puente internacional con la intención de ir al médico directamente del otro lado. Orange se quedó en el motel en Brownsville porque se había olvidado de traer el documento de identidad necesario para cruzar la frontera.
“Fueron a dejarla y debían regresar en 15 minutos”, dijo Orange. Pero la clínica se había mudado a otro lugar, a varias cuadras de distancia. No está claro qué sucedió a continuación. Tal vez se perdieron. El Departamento de Estado estadounidense recomienda no viajar al estado mexicano de Tamaulipas debido a los crímenes violentos y secuestros, pero tal vez los amigos no lo sabían. La madre de Williams dijo que su hijo jamás había salido del país.
Pasaban las horas y, del lado estadounidense, Orange fue a la policía de Brownsville, temerosa de que hubiera sucedido algo malo.
La realidad confirmaría sus peores temores.
A pocos kilómetros (millas) de la frontera, alrededor del mediodía, un vehículo chocó contra la camioneta van del grupo. Varios hombres con chalecos antibalas y fusiles de asalto arribaron en otro vehículo y los rodearon, según informes de la policía mexicana.
Brown y Woodard, alcanzados por las balas, aparentemente murieron al instante. Williams recibió una herida en la pierna. En videos en redes sociales se ve a hombres que obligan a McGee a subir una camioneta, luego regresan para arrastrar a Williams, herido, y los cadáveres de sus amigas a la camioneta. Mientras tanto, las personas en los autos detenidos mantenían un silencio total. Un testigo dijo que trataban de no llamar la atención de los pistoleros.
La camioneta de los agresores se alejó. Una mujer mexicana herida por una bala perdida, Areli Pablo Servando, de 33 años, murió tendida en la calle.
Las autoridades mexicanas hallaron en el lugar las credenciales del seguro social y tarjetas de crédito del grupo de amigos dentro de la van, que mostraba un balazo en la ventanilla del conductor. El consulado estadounidense, a pocas cuadras, advirtió a sus empleados que evitaran la zona debido a un tiroteo fatal en el centro.
El médico en la clínica dijo más tarde a los investigadores que le pareció extraño que no llegara su paciente para la cirugía, que puede costar hasta 3.000 dólares, pero que su consultorio sólo se había comunicado con ella por vía electrónica. La clínica estaba a unos cuatro minutos en auto del lugar del choque.
Para los sobrevivientes, el incidente vial sería el inicio de los días más aterradores de sus vidas.
Los miembros del cártel los llevaron de un lugar a otro por la ciudad y se detuvieron en una clínica médica.
Un médico dijo a los investigadores que dos hombres con fusiles de asalto irrumpieron por una puerta trasera y amenazaron con matarlos si no trataban a una persona herida. Los pandilleros y sus rehenes permanecieron durante tres horas en la clínica y partieron, según documentos de la investigación a los que tuvo acceso The Associated Press.
En el motel al otro lado de la frontera, Orange estaba preocupada, absolutamente ignorante de lo que había sucedido. El sábado por la mañana habló con un policía de Brownsville. Una hora después, la policía local entregó el caso al FBI.
El domingo, el FBI denunció las desapariciones y ofreció 50.000 dólares por la liberación de los rehenes y el arresto de los secuestradores. El embajador estadounidense Ken Salazar dijo que las autoridades estadounidenses pidieron directamente al presidente Andrés Manuel López que les ayudara a localizar a los desaparecidos.
En Estados Unidos, familiares y amigos vieron el video de su horrorosa captura y sólo podían esperar y rezar. La espera y el silencio se volvieron insoportables.
“Sólo quiero que vuelvan a casa”, manifestó el lunes por la noche Zalandria Brown, la hermana mayor de Zindell. “Vivos o muertos, tráiganlos a casa”.
Jerry Wallace, un primo de Williams, no podía dormir ni comer. “No hay nada peor que esperar a escuchar algo y no escuchar nada”, explicó Wallace.
Al día siguiente, tras la angustia de no saber nada, le siguió el dolor de la noticia. Un denunciante anónimo dijo que había visto hombres armados y personas con los ojos vendados en una choza de paredes anaranjadas y techo de metal corrugado en una pequeña población rural llamada Ejido Tecolote, en las afueras de Matamoros. Una camioneta blanca coincidía con la que se había llevado a los estadounidenses el 3 de marzo, según los documentos mexicanos.
La choza estaba cerca de playa Bagdad, una franja de arena remota donde el fronterizo río Bravo desemboca en el Golfo de México y que es conocida desde la Guerra Civil estadounidense como punto de entrega de contrabando que va al norte.
Tras la denuncia, las autoridades mexicanas recorrían caminos de tierra, cuando escucharon un grito de “¡Help!” (¡Socorro!). Así llegaron a la choza donde encontraron a McGee y Williams vendados. Junto a ellos estaban los cadáveres de sus amigos, envueltos en mantas y bolsas de plástico, según los documentos mexicanos.
Un hombre de 24 años con chaleco antibalas que los vigilaba salió corriendo, pero lo detuvieron rápidamente.
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