Un aeropuerto y muchas cosas más, pero eso va a tardar. Por lo pronto, lo que hay, es un régimen de una sola voz que definió una agenda confeccionada con criterios dogmáticos que se impone ante el enorme poder presidencial de Andrés Manuel López Obrador que lo blinda de todo y de todos ante cualquier mala decisión.
Un poder acompañado del abierto respaldo incondicional de una mayoría legislativa y un apoyo implícito de otros poderes del Estado y de la sociedad ya sea por convicción, interés o temor.
El camino de las visiones unipersonales, contrarias al sentido común y que marcaron el tono del sexenio empezó precisamente con una decisión en torno al futuro de la aviación comercial en el gran Valle de México.
Antes incluso de empezar su gobierno, López Obrador decidió que se cancelaría la obra de construcción de Nuevo Aeropuerto Internacional de México (NAIM) en Texcoco, a espaldas del Aeropuerto Benito Juárez.
A pesar de que tenía un avance de casi 40% en su construcción, a pesar de los intentos de convencimiento, el Presidente dijo: se cancela.
Todos los argumentos para esta determinación han sido pretextos insostenibles, como el destino de los terrenos del actual aeropuerto. Que si se construía en un lago que no tiene agua; que si las pistas se hunden, en claro insulto a los ingenieros mexicanos.
El NAIM se anunció en el 2014 para inaugurarse en 2021. Necesitaba tiempo porque un aeropuerto bien hecho se planea desde el espacio aéreo hacia abajo. No podía este régimen soportar la idea de compartir un proyecto con los “corruptos neoliberales” y mejor hizo uno rapidito que pudiera inaugurar López Obrador.
No hay una forma honesta de defender el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles sobre la alternativa que hubiera implicado para el país el aeropuerto de Texcoco. Ninguna.
El principal problema, de los muchos que tiene la terminal aérea de la base militar, es que comparte el espacio aéreo con el aeropuerto Benito Juárez.
Entre las múltiples dificultades económicas que presenta esta nueva terminal están los que afectan a los potenciales usuarios como la distancia, los tiempos y los costos de traslado. La imposibilidad real de tener vuelos de conexión con el actual aeropuerto, entre muchos otros.
Para el país el AIFA presenta problemas tan importantes como su falta de autosustentabilidad financiera durante muchos años y su necesidad permanente de recursos públicos. Además, el costo de la deuda de liquidación del NAIM acabará por asfixiar las finanzas del aeropuerto Benito Juárez.
Uno más y muy importante. México perdió la oportunidad de convertirse en el Hub, aeropuerto de conexiones, más importante de América Latina.
Una terminal aérea con coparticipación privada, que no sangrara las finanzas públicas, cercano, con uso exclusivo del espacio aéreo y que le diera a México el lugar que merece tener en el mundo. Pero no, no son tiempos de que nuestro país aspire a ello.
Van a pasar años, quizá décadas, pero, al final, México va a tener un aeropuerto verdaderamente funcional y otras cosas más que hoy están en pausa. Va a ocurrir, aunque hoy no tengamos la capacidad de imaginarlo por lo apabullante que resulta el régimen, pero va a pasar.
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