Eric Li, un inversor de riesgo educado en Occidente, está jugando un papel importante en el ecosistema mediático del nacionalismo estatal chino. El hombre que se autodefinió alguna vez como un «hippie de Berkeley» y que tiene membresía en el Instituto Aspen y el Fondo Carnegie para la Paz Internacional, defiende ahora el nacionalismo antiliberal.
A fines de 2019, cuando aparecían los primeros casos de covid-19 en Wuhan, Eric Li, inversor de riesgo y personaje mediático chino, fue a almorzar con un corresponsal del Financial Times en Shanghái. Mientras disfrutaban del menú de 11 pasos por 640 dólares, Li, uno de los fundadores de Guancha, un importante medio en línea de tendencia nacionalista, aprovechó la oportunidad para proclamar el fin del liberalismo en China. Durante décadas, la gente «debatió qué tipo de gobierno y sociedad quería», dijo Li. «Ese debate terminó». Quedaban «expresiones liberales residuales» y «pensamientos liberales» sostenidos por académicos y otros resistentes, pero predijo que pronto cambiarían de opinión.
Este tipo de declaraciones son comunes en la China actual, donde el nacionalismo antiliberal se ha vuelto cada vez más habitual. Li es un personaje destacado en este ámbito, en parte debido a sus profundos vínculos con Occidente. Graduado en Berkeley y Stanford, es miembro del Instituto Aspen y del Fondo Carnegie para la Paz Internacional. La educación occidental de Li y su experiencia con instituciones de elite le brindan una singular plataforma para defender opiniones nacionalistas fuera de China; ha sido colaborador de varias publicaciones en lengua inglesa, entre ellas The New York Times, Foreign Affairs y The Economist. En una charla TED de 2013, hizo una encendida defensa del sistema de partido único de China y sostuvo que la democracia electoral no funciona (un punto que ilustró con una foto del ex-presidente George W. Bush frente al tristemente célebre cartel de «Misión cumplida»). La charla atrajo más de tres millones de visitas.
Nacido en los primeros años de la Revolución Cultural, Li fue criado por su abuela en Shanghái mientras sus padres, académicos, capeaban la tormenta en la capital. Está orgulloso de tener sus raíces en la ciudad que surgió como un centro de glamour moderno y sofisticación occidental en las primeras décadas del siglo XX. Cuando Li se mudó a Estados Unidos para asistir a la universidad en la década de 1980, se convirtió, según su charla TED, en un «hippie de Berkeley». (Si ese fue el caso, sus días de contracultura fueron pocos; trabajó en la campaña presidencial de Ross Perot en 1992). Después de casi una década en Estados Unidos, regresó a China. En 1999, Li ayudó a lanzar Chengwei Capital, un fondo de riesgo que administra alrededor de 2.000 millones de dólares y ha invertido en muchas empresas famosas en China.
El Financial Times comparó a Li con Steve Bannon, y durante el costoso almuerzo, el propio Li expresó su admiración por la cruzada de Donald Trump contra las «elites globales». Al igual que Bannon, Li muestra abiertamente una llamativa erudición. Le gusta alternar citas de John Locke, Abraham Lincoln y Bhikhu Parekh en los debates, en modo paradójico, para ilustrar sus tesis antiliberales. También domina la jerga del liberalismo estadounidense y utiliza términos como «ampliación», «pluralización» y «diversidad» para promover el autoritarismo. Desde la perspectiva de Li, si retrocedes tomando buena distancia y entrecierras los ojos, la «autocracia» puede ser vista como una forma de «democracia». Como dijo en The Economist, cree que la democracia debe medirse «no por los procedimientos, sino por los resultados». En una conversación en Guancha, Li intentó que Francis Fukuyama adhiriera a su idea de que la recopilación de información informal realizada por el Partido como alternativa a las elecciones «fue eficaz». Fukuyama permaneció impasible: «Depende de cómo midas la eficacia».
Desde la asunción de Xi Jinping en 2012, las ideas nacionalistas han prosperado en China. El gobierno ha fomentado un espíritu de orgullo nacional y ha endurecido la censura y las regulaciones sobre los medios nacionales e internet, suprimiendo cualquier noticia que pueda reflejar una mala imagen del Estado unipartidista. Xi también ha presionado a los propagandistas para que publiquen y hagan difusión en el extranjero, con el fin de influir en los debates que se dan fuera del país. Sin dudas, Li es visto como un activo en esta estrategia: un elegante capitalista educado en Occidente como rostro del nuevo nacionalismo chino. Su éxito debe verse en el contexto de un esfuerzo más amplio para cimentar la transformación de la política nacionalista, de una insurgencia desde la base a una ideología apoyada por el Estado.
De la Juventud Enojada a los Rosaditos
En abril de 2008, la etapa internacional del relevo de la antorcha de los Juegos Olímpicos de Beijing fue interrumpida por manifestantes en Londres y París con la intención de llamar la atención sobre la represión en el Tíbet. La acción provocó la indignación de muchos jóvenes en China, que vieron las protestas y la cobertura favorable a la causa tibetana como una señal de «hegemonía de los medios occidentales». En aquel momento, la juventud nacionalista se llamaba Fen Qing, «Juventud Enojada», una expresión que a menudo se usa con desdén.
Más de un año después, Li conoció a uno de esos jóvenes, Rao Jin, que estaba trabajando en Shanghái para lanzar un sitio web nacionalista llamado Siyue (Abril). Aparentemente, Li quedó impresionado por la visión de Rao de transformar el impulso de 2008 en un proyecto a largo plazo –quería «mejorar la industria cultural del nuevo nacionalismo»– y Rao pronto recibió una inversión de alrededor de 1,5 millones de dólares. (La información del inversor no se hizo pública, pero muchos suponen que Li es la fuente de financiación). No obstante, el proyecto pronto se topó con obstáculos. El equipo de Rao se dio cuenta de que crear y mantener un sitio de noticias nacionalista era más difícil que canalizar la ira de las bases por un incidente aislado. Unos meses después del lanzamiento, Siyue sufrió un éxodo de empleados claves. Los años siguientes estuvieron plagados de escándalos. Hubo empleados que acusaron a Rao de tratar a la empresa como si fuera su propiedad privada; Rao acusó a sus detractores de ser «malos elementos».
En estos años hubo momentos en los que la energía nacionalista popular se descontroló. Cuando en 2012 China y Japón se involucraron en una disputa por la soberanía de las islas Diaoyu (en japonés, Senkaku) que iba in crescendo, se produjeron manifestaciones en decenas de ciudades chinas. Los manifestantes arrojaron huevos y botellas de agua a la embajada japonesa, y algunas tiendas y automóviles japoneses fueron vandalizados. Un conductor de un Toyota Corolla en Xi’an quedó parcialmente paralizado después de un ataque. Cansado de los disturbios, el gobierno abogó por un «patriotismo racional».
Ese mismo año, Li, inmutable tras el fiasco en Siyue, lanzó Guancha («observar»), un sitio web que ofrece agregación de noticias y comentarios sobre asuntos internacionales. Desde entonces, el sitio se ha convertido en un importante medio de comunicación. Sus videocolumnas, que se lanzaron alrededor de 2018, son particularmente populares entre los jóvenes. En Weibo, un sitio web similar a Twitter, Guancha tiene más de 18 millones de seguidores; en Bilibili, una importante plataforma de videos (86% de sus usuarios tienen menos de 35 años), Guancha se describe a sí mismo como «un sitio web de noticias políticas que toca las fibras del corazón de la gente joven». En la página de inicio de Guancha se ve un suministro constante de propaganda nacionalista y titulares que atacan a Occidente. A medida que aumentaba el número de casos de covid-19 en Hong Kong en febrero de este año, un artículo presentaba a actores de Hong Kong que afirmaban, según el título del artículo: «Con el apoyo de la patria, no le tememos a nada». Otro titular representativo reciente decía: «Los estadounidenses corrientes piden muy poco gracias al lavado de cerebros hecho por su gobierno: esto es lo mejor que puedes conseguir». Guancha está lleno de material de la prensa del Partido Comunista y videos de la cadena estatal CCTV.
El éxito de Guancha refleja un corrimiento más amplio en el nacionalismo chino. Durante la última década, los miembros de la Juventud Enojada, desorganizados y más espontáneos, fueron reemplazados por los Xiaofenhong (los «Rosaditos», en referencia al color rojo asociado al Estado unipartidario), un nombre que fue popularizado a mediados de la década de 2010 por medios de comunicación partidarios. Los Rosaditos se pueden ver en toda la internet china, así como en Twitter y YouTube, ya que la furiosa indignación de la Juventud Enojada ha dado lugar a una propaganda nacionalista más pulida. Es posible que los Rosaditos no recuerden las protestas de 2008 y 2012, pero han sido entrenados para expresar quejas similares mientras demonizan a los «medios extranjeros» y las «fuerzas occidentales». En una reciente convención de académicos, Yan Xuetong, un destacado politólogo de la Universidad de Tsinghua, criticó la «visión dicotómica del mundo» que tienen sus estudiantes: «Piensan que China es la única inocente y que está del lado de la justicia, mientras que todos los demás países, especialmente los países occidentales, son ‘malos’, y que Occidente tiene un odio natural hacia China».
Li juega un papel importante en el ecosistema de este nuevo nacionalismo estatal. Además de Guancha, él y varios académicos de Shanghái han creado el Instituto Chunqiu de Estudios Estratégicos y de Desarrollo de Shanghái, un think tank que sirve como fuente de colaboradores para su sitio de noticias. Ni el Instituto Chunqiu de Shanghái ni Guancha son entidades gubernamentales, pero forman nodos claves en una red conectada con personalidades nacionalistas, muchas de las cuales tienen fuertes vínculos con el gobierno. Para tomar un ejemplo, Zhang Weiwei, director del grupo de expertos y colaborador frecuente de Guancha, fue intérprete de Deng Xiaoping y miembro de un comité gubernamental dedicado a lanzar think tanks patrocinados por el Estado. Zhang tiene un programa de televisión en un canal de Shanghái que se especializa en predicar la «confianza» china, haciéndose eco del énfasis de Xi en enseñar a la gente a confiar en el sendero político y el liderazgo de China. Otro colaborador de Guancha, Hu Angang, dirige un think tank patrocinado por el gobierno en la Universidad de Tsinghua y es un teórico del Partido Comunista que ha sugerido que para convertirse en «un nuevo tipo de superpotencia», China tiene que crear una sociedad monocultural de una «raza estatal»: una teoría detrás de las políticas de homogeneización étnica del gobierno, incluidos los campos de «reeducación» en Xinjiang.
Las trampas de las teorías de Li
Durante la última década, los principales temas de conversación de Li han cambiado. Algunos de ellos simplemente no envejecieron bien: en su charla TED de 2013, sostuvo que las instituciones del Partido siempre lograron reformarse y elogió la introducción de límites de mandato para la mayoría de los cargos políticos. «Ahora es casi imposible que los pocos que están en los cargos más elevados consoliden el poder a largo plazo», escribió en un artículo aparecido en Foreign Affairs en 2013. Tal consolidación fue exactamente lo que sucedió en los años siguientes: en 2018, Xi eliminó los límites para el mandato presidencial. También ha habido un cambio en la forma en que habla de la democracia. En el mismo artículo de Foreign Affairs, Li sostuvo que el gobierno chino «desafiará el sentido común convencional de Occidente sobre la evolución política y la marcha inevitable hacia la democracia electoral»; por el contrario, estábamos presenciando «el nacimiento de un futuro posdemocrático». En 2021, después de que Trump dejara el cargo, decidió que, después de todo, el futuro no era «posdemocrático». Eran los críticos de China quienes tenían una definición limitada y «defectuosa de democracia», que «equiparaba erróneamente liberalismo con democracia». Afirmaba que el liberalismo es una ideología opresiva promovida por las elites globales, mientras que «líderes fuertes» como Rodrigo Duterte, Viktor Orbán, Narendra Modi, Abdel Fattah el-Sisi y Vladímir Putin ofrecían una forma de empoderamiento al «buscar reafirmar los poderes nacionales contra un orden universal de gran alcance».
Acaso sea una ironía que, a pesar del acérrimo sentimiento antiestadounidense de Guancha, el fondo Chengwei Capital de Li represente una alianza de elites chinas y estadounidenses. Durante mucho tiempo tuvo entre sus socios a Griff Baker, hijo del inversor de riesgo estadounidense George Leonard Baker (cuya empresa Sutter Hill Ventures invertía en Chengwei). El difunto secretario de Defensa Donald Rumsfeld invirtió medio millón de dólares en la empresa cuando fue lanzada en 1999. Otro de los inversores iniciales fue la Universidad de Yale. En ese momento, según The New York Times, el fondo era manejado por dos hijos de un miembro del Comité Permanente de la Asamblea Popular Nacional de China. Por mucho que Li cante alabanzas al Partido Comunista Chino, sus proyectos están relacionados con Wall Street. Sin embargo, el futuro de Chengwei en China también está ligado a los esfuerzos de Li para ganarse el favor del gobierno a través del proyecto en el que se ha transformado Guancha.
En mayo de 2020, mientras la pandemia se diseminaba en el mundo, gran parte de China estaba saliendo de un fuerte confinamiento. En un texto aparecido en Foreign Policy, Li sostuvo que la respuesta a la pandemia ofrecía nuevas pruebas de que el sistema de partido único de China no solo es superior, sino también más popular que los gobiernos elegidos democráticamente. «Solo un grado muy alto de confianza de la gente en la experiencia y la capacidad de sus instituciones políticas para protegerla puede dar como resultado semejante nivel de cumplimiento», escribió. Al mismo tiempo, los censores online trabajaban horas extras. Una oficial de la policía de información le dijo a un periodista que ella y tres compañeros de equipo habían trabajado durante el Año Nuevo chino, con apenas cuatro horas diarias de sueño. En los siete días posteriores al confinamiento nacional, analizaron más de 3.000 publicaciones potencialmente problemáticas y eliminaron casi 100 que contenían «información dañina». Li Wenliang, quien advirtió al público sobre la aparición del coronavirus a fines de diciembre de 2019, fue solo una de las primeras personas en ser castigada por difundir información relacionada con el covid-19 en las redes sociales. Como había predicho Eric Li, los «pensamientos liberales» estaban siendo erradicados.
En Foreign Policy, Li evitó cualquier mención de este tipo de represión estatal de la información. En su lugar, contó una historia positiva: dos millones de personas en China se ofrecieron como voluntarias para trabajar junto con personal de seguridad para realizar controles de temperatura y otras tareas. Su mirada reflejaba la de los medios estatales, en los que el covid-19 rara vez se cubre con un enfoque de salud pública. En vez de informar sobre la capacidad de los hospitales, los ensayos clínicos de vacunas, los datos de eficacia y los desafíos para varias industrias en el contexto de una pandemia, los informes se centran en el heroísmo del personal de la salud y de los voluntarios que actuaron con decisión, y pregonan la grandeza del Partido. Guancha nunca se desvía de este tipo de enfoque.
Cuando se lee la explicación de Li sobre la pandemia aparece algo especialmente estremecedor. Vive a dos cuadras de un importante hospital en el centro de Shanghái y a poca distancia del exclusivo restaurante donde almorzó con el Financial Times. Me pregunto si tiene una idea real de cómo ha sido la vida en los últimos dos años para el 99% de los chinos, especialmente para las poblaciones vulnerables como los trabajadores migrantes y las personas que viven con problemas de salud. Uno no esperaría una respuesta esclarecedora si le preguntara a Jeff Bezos o a Tucker Carlson sobre la experiencia estadounidense de la pandemia.
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